sábado, 10 de agosto de 2013

De luces, sombras, texturas y otras yerbas

Las fotos van acompañadas por expresiones poéticas y en ocasiones juguetonas que no pretenden ser títulos ni comentarios sobre la imagen. Es un género de foto-poema que en su momento ensayamos en el Grupo Antoja, aunque normalmente las fotos eran de un autor y las expresiones poéticas de otro.







Otrora árbol, ahora un umbral que elude atardeceres.








Se comportaba como vertical lava vegetal, punzante.









Un mero carmín sigiloso y celoso de la protagónica cuadratura.








Diagonalmente breve, sin alas.








Convergían así, como constelaciones silenciosas.








Era como un geométrico firmamento que paría rojos aglutinados.









Se reunían a debatir alguna utopía en un inesperado muro urbano.








Entre reflejos de pasos grises, los rombos escapaban furtivamente sin dudar.








Era un espacio que crecía generosamente dentro de mí.








Provenía de aquellos observadores tenaces que siempre 
emergían superando torpes fósiles vegetales.







Algo se dijo sobre un cosmos que hablaba por sus arcaicos ojos.








De presencia inquebrantable, anidada en su mudez. 








El verdor estival prefería dialogar con aquella inesperada espacialidad analítica.








Las palabras oblicuas solían desentenderse de las oscuridades obstinadas.








Amaba aquellas delicadas sombras paulatinas y las luces de huir presuroso.








No sé bien, apenas un verde audaz que rompe oscuridades. 








Yacía como olvidada savia de otra estación.







Me dijo tener algo de policromía que se desliza por un orificio del otoño.








Tal vez eran caídos momentos de otras auroras.








Sí, apenas un atisbo.








Erraban en sus plenilunios buscando órbitas definitivas.








¿Desde dónde miras, máscara otoñal?








Fue un destello recóndito, fugaz.








Sucedió en aquella zona fronteriza de temperaturas ocultas.








No obstante, resultaba algo delgado a la sombra y cromático al sol.








Optaba por enlazar ramas con nubes para seguir creciendo.








En un prosaico suelo de verano se detuvo aquel vuelo.








Sueña el elefante, en un árbol vigílico y distante.








Se escapó de un portalápices de la niñez para exponerse públicamente. 








Fue como un volcánico congelamiento del transcurrir.








Como mandala de otoño asimétrico, en una plaza desconocida y universal.








Veo árboles que trepan cristales engañosos.








Se destacaba como diagonal callejera que intersectaba máquinas noctámbulas.








Tenía aquello de verano unánime que crece por verticales definitivas.








Así retozaban las albas volutas al caer la tarde.








No recuerdo bien aquel azaroso encuentro de 
metales y tiempos de sombras largas.








Entonces, la trama oriunda del otoño reapareció tímidamente.








Y están allí, como despojos que ni siquiera serán recuerdos.








Quizá protejas silenciosas gotas de rocío.








¿Será que tu fuerza taurina se desdobla en pacientes hijos del fuego?








Pretendían ser vigías en un mar delicado de 
rigurosos ladrillos y adormecidos pernos.








Mientras descansaba la fragua, la hulla y el ladrillo 
refractario hablaban sobre inercias térmicas.








Hum... ese súbito cubismo metálico.








Tras los círculos metálicos rondaba la expectativa 
exultante de un movimiento quieto.








Tozudamente, el pie intentaba dialogar con el blanco indiferente.








Me inquieta esperarte cuando calla el sol.








Y me hice saltimbanqui sólo para matar la rutina 
escandalizar a mi jefe, tan convencional el pobre.








Pareciera que la coraza de mi alma clama su hastío.








Platiquemos escuchando el silencio, por favor.








Estimaría que llegué hasta aquí desde lejanas y frías arcillas.









En aquellos confines despuntaban alegremente otoñales.








De cerebrales transversales y tonalidades similares 
poco quería saber el minino aquella tarde.








Me hablaba tranquilamente del reflejo y la suspensión ingrávida.








Era como si la búsqueda se desplegara entre volutas e intersecciones.








La intención es detener el absurdo de la nada, ¡por qué no!








Atendía a lo substancial, siempre, en su espontánea existencia.








Claro que sí, dilucidaba misterios con su tercer ojo en aquellos arrabales.








Actuaban como partículas de otra realidad que deambulaba incierta.








Antediluviano, inexistente.








Alguna brizna de memoria ancestral rehacía al ser olvidado.








Tenía la certeza de abordar posibles laberintos exactos o selváticos.