Otrora
árbol, ahora un umbral que elude atardeceres.
Se
comportaba como vertical lava vegetal, punzante.
Un
mero carmín sigiloso y celoso de la protagónica cuadratura.
Diagonalmente
breve, sin alas.
Convergían
así, como constelaciones silenciosas.
Era como
un geométrico firmamento que paría rojos aglutinados.
Se
reunían a debatir alguna utopía en un inesperado muro urbano.
Entre
reflejos de pasos grises, los rombos escapaban furtivamente sin dudar.
Era un
espacio que crecía generosamente dentro de mí.
Provenía
de aquellos observadores tenaces que siempre
emergían superando torpes fósiles
vegetales.
Algo
se dijo sobre un cosmos que hablaba por sus arcaicos ojos.
De presencia
inquebrantable, anidada en su mudez.
El
verdor estival prefería dialogar con aquella inesperada espacialidad analítica.
Las
palabras oblicuas solían desentenderse de las oscuridades obstinadas.
Amaba
aquellas delicadas sombras paulatinas y las luces de huir presuroso.
No sé
bien, apenas un verde audaz que rompe oscuridades.
Yacía
como olvidada savia de otra estación.
Me
dijo tener algo de policromía que se desliza por un orificio del otoño.
Tal
vez eran caídos momentos de otras auroras.
Sí, apenas
un atisbo.
Erraban
en sus plenilunios buscando órbitas definitivas.
¿Desde
dónde miras, máscara otoñal?
Fue un
destello recóndito, fugaz.
Sucedió
en aquella zona fronteriza de temperaturas ocultas.
No
obstante, resultaba algo delgado a la sombra y cromático al sol.
Optaba
por enlazar ramas con nubes para seguir creciendo.
En un prosaico
suelo de verano se detuvo aquel vuelo.
Sueña
el elefante, en un árbol vigílico y distante.
Se
escapó de un portalápices de la niñez para exponerse públicamente.
Fue
como un volcánico congelamiento del transcurrir.
Como mandala de otoño asimétrico, en una plaza
desconocida y universal.
Veo árboles que trepan cristales engañosos.
Se destacaba como diagonal callejera que intersectaba máquinas
noctámbulas.
Tenía aquello de verano unánime que crece por
verticales definitivas.
Así retozaban las albas volutas al caer la tarde.
No recuerdo bien aquel azaroso encuentro de
metales y
tiempos de sombras largas.
Entonces, la trama oriunda del otoño reapareció
tímidamente.
Y están allí, como despojos que ni siquiera serán
recuerdos.
Quizá protejas silenciosas gotas de rocío.
¿Será que tu fuerza taurina se desdobla en pacientes
hijos del fuego?
Pretendían ser vigías en un mar delicado de
rigurosos
ladrillos y adormecidos pernos.
Mientras descansaba la fragua, la hulla y el ladrillo
refractario hablaban sobre inercias térmicas.
Hum... ese súbito cubismo metálico.
Tras los círculos metálicos rondaba la expectativa
exultante de un movimiento quieto.
Tozudamente, el pie intentaba dialogar con el blanco indiferente.
Me inquieta esperarte cuando calla el sol.
Y me hice saltimbanqui sólo para matar la rutina y
escandalizar a mi jefe, tan convencional el pobre.
Pareciera que la coraza de mi alma clama su hastío.
Platiquemos escuchando el silencio, por favor.
Estimaría que llegué hasta aquí desde lejanas y frías
arcillas.
En aquellos confines despuntaban alegremente otoñales.
De cerebrales transversales y tonalidades similares
poco quería saber el minino aquella tarde.
Me hablaba tranquilamente del reflejo y la suspensión
ingrávida.
Era como si la búsqueda se desplegara entre volutas e
intersecciones.
La intención es detener el absurdo de la nada, ¡por
qué no!
Atendía a lo substancial, siempre, en su espontánea
existencia.
Claro que sí, dilucidaba misterios con su tercer ojo
en aquellos arrabales.
Actuaban como partículas de otra realidad que
deambulaba incierta.
Antediluviano, inexistente.
Alguna brizna de memoria ancestral rehacía al ser olvidado.
Tenía la certeza de abordar posibles laberintos exactos
o selváticos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario